En 1946 la junta de gobierno de la Hermandad decide encargar una nueva imagen que sustituya a la que hasta ese momento era la titular de la Corporación y tallada por Enrique Orce. El artista elegido fue el alcalareño Manuel Pineda Calderón, que había realizado la Virgen de las Angustias y San Juan Evangelista, titulares también de la Hermandad.
Pineda Calderón fue uno de esos artistas extraños, bohemios, capaces de traicionar sus convicciones artísticas, por simple supervivencia, y, en momentos de inspiración, crear obras de muy reconocible mérito. La Esperanza tuvo suerte y, asesorados por el buen olfato de Antonio Camacho Bernabéu, aprovechó el excelente momento en que se encontraba el escultor, y hoy es propietaria de una notable obra de arte, que está entro lo mejor –quizás el mejor crucificado- que salió de la gubia del alcalareño.
Es indudable que el artista bebió en la obra montañesina y mesina, y la influencia del Cristo de la Buena Muerte, de la hermandad universitaria de Sevilla, se ve reflejada con total claridad. Al sudario, cordífero, aunque inspirado en el Cristo mencionado, le da más vuelo y valentía, «lo barroquiza más». En resumen, siguió un modelo básico en la tradición imaginera procesional, pero supo individualizar la obra y dotarla de ciertas dosis de personalidad creativa.
El simulacro está tallado en madera de cedro y la cruz es arbórea, al gusto barroco. Iconográficamente se representa a Dios-hombre, muerto recientemente, la cabeza, sobre el lado derecho, pendiendo un mechón lateral, destrozado físicamente, tras la flagelación, coronación de espinas (las sienes no presentan la corona), la Calle de la Amargura… En la plenitud de sus treinta y pocos años, resistió más de lo esperado. Antes de expirar, padeció estertores y convulsiones. En su caso, la muerte era descanso, y esa es la expresión que se desprende de su conjunto: serenidad, poesía y esperanza en la resurrección. En toda la anotomía, Pineda se lució con la gubia y pocos peros se le pueden poner al tratamiento de la plástica tanatológica, toda ella presidida por una moderación y elegancia de líneas encomiable. Músculos, sudario y, especialmente, la cabeza: ojos, boca y cabellera, acrecimientan su valoración neobarroca. Los brazos denotan un excelente dibujo, tanto en músculos como en vasos. Las piernas, suavemente flexionadas, descansan sobre los pies, que montan uno sobre el otro, ya presos de la gangrena, y son de un realismo estremecedor.
En el año 2009 debido al estado en el que se encontraba la policromía, la cual acusaba efectos de los agentes externos, como polvo, humedad, humos, etc; además de que en la parte de la cabeza y otras zonas del cuerpo aparecen grietas, que afectan a ensambles y a la encarnadura de la imagen, la Hermandad decide acometer la restauración de su Sagrado Titular. Tal labor es encomendada al conservador restaurador Pedro E. Manzano Beltrán, técnico del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), el cual realiza una impecable labor sobre la talla, devolviendo a la misma todo los detalles originales de cuando llegó a Arahal por aquella primavera de 1.947.
El primitivo Crucificado de la Esperanza
Los primeros hermanos de la Esperanza encargaron a un escultor, hoy día aún desconocido, la hechura de un crucificado que desprendiese sentido pedagógico e infundiese un mensaje religioso a quienes lo contemplaran.
En las investigaciones llevadas a cabo para hallar algún documento que aportase claridad a la cronología y autoría de esa primitiva talla, no se ha podido obtener ninguna referencia de contrato o encargo, por lo que los supouestos que se manejan no dejan de ser puras hipótesis. Con el asesoramiento de expertos, con estudios basados en los escasos rasgos estilísticos que permanecen en los restos de la cabeza (que aún conserva la Hermandad), así como en fotografías de principios de este siglo y grabados decimonónicos, podemos dar una fecha aproximada de su factura y clasificación dentro de una corriente o escuela escultórica.
En la imagen se representa a Cristo muerto, con los ojos cerrados, sujeto a la cruz por tres clavos, la cabeza incliniada a la derecha, de proporciones muy armoniosas y suave anatomía.
Ya la escritura pública de mediados del XVII en la que se hace referencia a «la colocación del Santísimo Cristo de los treinta y tres Hermanos en su altar», confirma la existencia, por entonces, de una imagen a la que se daba culto. Varias son las hipótesis que la sitúan en el cirulo de Ruiz Gijón o su maestro Cansino pero se trata de simples conjeturas que no están apoyadas por ninguna fundamentación documental. Atendiendo al estilo de la imagen y por la época en la que ya aparece mencionada en los documentos que posee la Hermandad, se puede datar la imagen de la última década del siglo XVI y la primera del XVII.
El Cristo de Orce
Debido a los aciagos acontecimientos del año 1936, la imagen primitiva del Santísimo Cristo de la Esperanza fue destruida conservándose hasta estos días los restos carbonizados de parte de la cabeza. Por ello a primeros de febrero del año 1938 la Junta de Gobierno presidida por D. Francisco Carmona Gallego se reune con el único punto del orden del día de adquirir un cricificado de tamaño igual al destruido.
Para tal labor se delega en D. Eduardo Catalán Ojeda, conocedor en materia religiosa, para que hiciese las gestiones oportunas. Catalán contacta con la galería de arte Roldán, de la sevillana calle Sierpes, en cuyas dependencias se expone un crucificado de tamaño natural realizado en pasta de madera policromada por el acreditado ceramista D. Enrique Orce Mármol. Las dimensiones son de 175 centímetros de altura por 142 centímetros de embergadura. Imagen ahuecada hasta la mitad del tórax, unida a una cruz arbórea de estilo clásico, mediante tres clavos.
Esta imagen procesionó durante ocho años, sin interrupción, pero fue sustituida por la actual talla del Santísimo Cristo de la Esperanza de D. Manuel Pineda Calderón. Actualmente se encuentra expuesto a la veneración de los fieles en la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria, donde fue trasladado en vía crucis en el año 1947. Cuarenta años despues, fue restaurada por el Catedrático de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, don Ricardo Comas Facundo. La imagen una vez que regresa a Arahal se muestra esplendorosa, recobrando todos los matices y rasgos originales que le imprimiese don Enrique Orce.